5. «Nosotros no podemos menos de hablar» (Act 4, 20) ¿Qué decir, pues, de las objeciones ya mencionadas sobre la misión ad gentes? Con pleno respeto de todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre; fe recibida como un don que proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Decimos con San Pablo: No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (Rom 1, 16). Los mártires cristianos de todas las épocas -también los de la nuestra- han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios.