Buenos días, Manolo.
—Hola, buenos días, don José. ¿Lo de siempre?
—Sí, y un vaso de agua, por favor. Y cambio para tabaco.
—Aquí tiene.
Pepe Rey toma todos los días el primer café en el bar que está al lado de su casa, en la calle de La Sal, muy cerca de la plaza Mayor. O sea, en el centro antiguo de Madrid, donde ya sólo viven viejos, extranjeros y Pepe Rey.
Toma un café doble para despertarse. Después, hacia las once, va a desayunar al lado de la oficina, ya despierto.
Por las mañanas Pepe Rey está siempre de mal humor. Hoy más: se ha levantado demasiado tarde y le duele la cabeza. Anoche estuvo en casa de un viejo amigo. Ver a viejos amigos siempre le deja un poco triste. «Demasiado Rioja y demasiados recuerdos», piensa mientras se bebe el agua. «Y, encima, estamos en Navidad. A veintidós de diciembre.»
—Manolo, ¿qué te debo?
Sabe que son cincuenta y cinco pesetas. Todos los días son cincuenta y cinco pesetas. Pero Pepe necesita decir y hacer las mismas cosas por la mañana. Debe de ser una manera de despertarse